Tras nuestra escala en Montecarlo, nos tocaba visitar Saint Tropez, dónde nunca habíamos estado, así que teníamos cierta curiosidad por ver como era este lugar tan renombrado de la Costa Azul francesa.
Y lo cierto es que no nos defraudó.
Cuando nos despertamos el barco ya estaba comenzando la maniobra para fondear en la bahía.
El desembarco lo haríamos en tender.
Otra vez se trataba de una escala larga, desde las 8.00 hasta las 23.00, lo que permite a los más intrépidos y aventureros conocer los lugares en profundidad.
Nosotras no nos dimos demasiada prisa para bajar, y lo hicimos sobre las 10.00 a.m.
Una vez en puerto, decidimos coger un barquito que hacía un recorrido panorámico por la bahía, para hacernos una idea
.
El barco llevaba un guía que en francés explicaba todo lo que íbamos viendo
pero tenía un curioso método para que los que hablábamos otros idiomas nos enterásemos también de las explicaciones.
Lo cierto es que entre el movimiento del barco (el mar estaba bastante agitado ese día), el guía hablando todo el rato en francés
y la lectura del “guía-burros” que nos había prestado, tengo un empacho increíble de mansiones y de cual pertenece a quién, pero aun así nos encantó ver cómo viven (aunque fuese desde lejos) muchos de los famosos del papel couché.
En esta casa vivió Charles Aznavour:
Y estas son panorámicas de la parte antigua del pueblo:
Y de su ciudadela:
En este cementerio están enterrados un montón de famosos, entre ellos Roger Vadim y el padre de Brigitte Bardot:
Y aqui empieza ya el “empacho” de mansiones:
Estas sí que lo tengo claro:
Una perteneció a Elvis Presley (aunque nunca la llegó a habitar) y la otra al hijo del Rey de Suecia:
Más mansiones y vistas de la bahía.
Lo cierto es que es un lugar precioso y el mar, aunque en las fotos no se pueda apreciar, tiene un color impresionante.
Creo que ahora entiendo por que le llaman “la Costa Azul”.
Por cierto, una de estas últimas, aunque no recuerdo cual
pertenece al dueño de las cervezas Heineken.
El amable guía en francés tuvo la cortesía de hacernos una foto a madre e hija, y debe de ser de las pocas fotos que tenemos juntas en todo el crucero:
Tras una hora y pico de recorrido volvimos al puerto y comenzamos nuestro callejear por Saint Tropez.
A diferencia de Montecarlo, dónde el lujo y el glamour se respiran por todas las esquinas, aquí el lujo es más comedido, más “campestre”.
Nos pareció un lugar precioso, lleno de entrañables rincones y tranquilas plazas, y aunque bastante masificado por el turismo cruceril (ese día había tres barcos fondeados en la bahía) un lugar que transmitía calma y sosiego.
Os pongo algunas fotitos para que os hagáis una idea:
Aunque apretaba bastante el calor, decidimos subir hasta la ciudadela, ya que el guía en el barco nos había dicho que desde arriba se ofrecían unas panorámicas increíbles.
Pero el enorme tramo de escaleras y sobre todo el cartel disuasorio, nos hicieron desistir de nuestra idea inicial:
Habrá que intentarlo en otra próxima ocasión que no haga tanto calor.
Así que retomamos nuestros pasos y nos sentamos en una agradable terraza para tomarnos un aperitivo y refrescarnos, ya que luego debíamos dedicarnos a hacer shopping
y comprar algunos regalillos, además de auto- regalarnos algún capricho
Todo Saint Tropez está lleno de agradables lugares para tomarse algo, pero los precios no son tan agradables
También hay un montón de preciosas y carísimas tiendas, aunque la que más me llamó la atención fue ésta, en la que venden todo tipo de versiones del mítico sombrero panamá:
Tras nuestras comprillas decidimos volver al barco, porque el calor era ya, a esas horas (sobre las 16.30 o algo más) insoportable.
De camino al embarcadero, pudimos comprobar que el nivel de yates en Saint Tropez no tiene nada que envidiar a Montecarlo.
Volvimos al barco con intención de estrenar nuestros nuevos bikinis y bañadores tropezianos en la piscina, pero el día se había cubierto e incluso cayeron algunas gotas, así que nos conformamos con ir al spa y relajarnos en las camas calientes.
Mientras nos arreglábamos para la cena, pudimos fotografiar, desde el balcón, los dos barcos que nos habían acompañado durante nuestra escala:
No he viajado aún en ninguna de estas dos navieras, pero tengo muchas ganas de hacerlo.
En Regent lo veo un poco más difícil por cuestiones monetarias
pero en Azamara no descarto hacerlo pronto
Ese día decidimos tomarnos una cenita ligera, porque los excesos cometidos durante los días anteriores habían empezado a hacer mella en nuestros vestidos, que habían encogido ligeramente
Pero tanto pescadito hervido y consomé hizo que se nos fuese un pelín la mano con los postres:
Sigo sin saber si es plata o alpaca, pero la presentación del azúcar y los sucedáneos es monísima, ¿ a qué sí?
Esa noche vimos un espectaculo en el Riviera Lounge, Rock On, que nos encantó.
Al salir, gin tonic en el Martini y a dormir, que al día siguiente nos esperaba Marsella