Día 9. Conociendo la Bahía de Ha Long

El domingo amaneció soleado en la Bahía!

Creo que somos pocos los privilegiados que hemos podido ver lucir el sol en todo su esplendor en Ha Long, que siempre está cubierta por densas nieblas debido al alto grado de humedad.

Después del desayuno a bordo del Stella Cruise, comenzaba una jornada intensa, que nos permitiría descubrir bastante en profundidad la bahía y sus gentes.

Comenzamos visitando uno de los pueblos de pescadores que todavía persisten en la zona.

En estos pueblos flotantes habitan grupos de pescadores y sus familias, aunque gracias a un programa del gobierno vietnamita, sufragado con fondos procedentes de Japón, se intenta que las todavía 60 familias que viven aquí durante todo el año se trasladen a tierra firme de forma definitiva y puedan así dar un futuro mejor a sus hijos.

Mientras tanto, los niños tienen su propia escuela flotante, aunque en la actualidad solo los más pequeños reciben aquí su educación, ya que a partir de los siete u ocho años, y durante el curso escolar, permanecen en tierra firme.

Me cautivó el lugar y sus gentes, sus pequeñas casas de madera flotantes,  la alegría qué, pese a haberse convertido en una atracción turística, todavía irradian.

Tuvimos la gran suerte de tener una guía inmejorable, solo para cuatro personas, ya que el resto de la expedición había decidido aventurarse en kayak por la zona, lo que nos permitió disfrutar, si cabe, más la visita.

Allí descubrimos que hay otra bahía, menos conocida y por tanto menos masificada y explotada turísticamente, situada frente a la costa del pueblo de Cat Ba.

Creo recordar que se llama Bahía de Lan Ha y son pocas las agencias y barcos que organizan tours en la zona, pero no lo descarto para un futuro viaje a Vietnam.

A la hora del almuerzo, regresamos al pequeño barco que nos había trasladado a esa zona desde el Stella, dónde nos reencontramos con el resto de expedicionarios que habían optado por el paseo en kayak, entre ellos nuestras amigas Marian y Malzorgata.

El menú consistía en platos degustación de la gastronomía de la zona, incluído el pez panga, tan denostado en nuestro país.

Por la tarde tocaba visitar una granja de perlas, dónde nos enseñaron el curioso proceso de injertar la perla en la ostra.

Primero las crían durante unos meses y después, de una en una, las van abriendo y con unas pinzas, de forma manual, les inyectan diferentes tipos de piedras, dando lugar así a perlas de diferentes tipos, colores y por supuesto precio.

Estaba prevista la visita a unas cuevas, pero la lluvia nos desanimó, así que continuamos navegando por la preciosa bahía, disfrutando de un paisaje que nunca te cansas de contemplar, mientras saboreábamos un coco verde, típico en Vietnam.

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Era hora de regresar al Stella para descansar un rato antes de la cena. En principio habíamos pensado aprovechar el atardecer para darnos un relajante masaje en el spa de a bordo, pero la agradable charla con nuestros compañeros de viaje hizo que nos inclinasemos por aprovechar el tiempo en cubierta, mientras tomábamos un aperitivo y bebidas de cortesía y contemplábamos los vendedores ambulantes que se nos acercaban, en precarias embarcaciones,  para ofrecer sus productos.

Nuevamente la cena consistió en degustación de platos vietnamitas, con show incluido de la tripulación, un poco peligroso, ya que el junco se llenó de humo en breves instantes, tras ponerse a flamear algunos de los platos ¡qué peligro!

Tras la cena, cafelito vietnamita y a dormir, mientras veíamos desde el camarote como los pasajeros de otros barcos pescaban calamares en la oscuridad.

¡Fue un día inolvidable!

 

 

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