Era nuestro tercer y último día en la bahía de Halong, y queríamos disfrutarlo al máximo.
Tras el desayuno buffet en el Stella, tocaba visitar la Sung Sot Cave, también llamada Cueva de las Maravillas, aunque la traducción literal en vietnamita es Cueva del Aturdimiento.
Descubierta por los franceses en 1901, está en un pequeño islote de los miles que pueblan la bahía.
Tiene tres zonas visitables a las que se accede por una empinada escalera, con más de 150 escalones.
Las formas caprichosas que forman las estalactitas y las ondulaciones generadas por el agua del mar y las corrientes de aire en el interior de la cueva son un punto de alto interés turístico, por lo que lo recomendable es llegar a la isla a primera hora, si no quieres coincidir con los miles de turistas que acuden allí a diario.
La formación más alabada es una roca con forma de tortuga, animal sagrado para los vietnamitas, que le acarician la cabeza y le dejan ofrendas en forma de dinero para pedirle fortuna.
También es famosa la roca en forma de pene, aunque a la hora de elegir me quedo con el pene cántabro de la Cueva del Soplao.
Además, esa excursión se tornó para mí en un momento de verdadera angustia.
No me gustan mucho los lugares cerrados, y menos si están llenos de gente, por lo que tras acceder por las empinadas escaleras a la primera de las cuevas, decidí retroceder y volver al embarcadero.
Pasaba el tiempo y me di cuenta de que el resto de la expedición no solo no volvía sino que el regreso se hacía por otro lugar, hacia otro embarcadero, al que yo no podía acceder desde el que me encontraba, ya que la única forma de llegar era, tipo tienda Ikea, realizando el itinerario completo a través de la cueva, o bien en barco.
Fue un rato angustioso hasta que conseguí hacerme entender con unos vietnamitas que acababan de traer en una embarcación a otra horda de turistas, quienes amablemente me trasladaron, junto a una pareja francesa que estaba en la misma situación que yo, al otro embarcadero, dónde pude reencontrarme con los míos.
Había llegado la hora de regresar al Stella, para disfrutar del último rato a bordo, con curso demostración para hacer rollitos vietnamitas incluido, y nuestro último lunch, ya que a las 12.00 desembarcaríamos para abordar el autobús que nos llevaría de nuevo a Hanoi.
Las tres horas y media de regreso se me hicieron algo más duras que las de la ida, y sobre las seis de la tarde entrábamos de nuevo en el Golden Art Hotel, dónde nos esperaban las simpáticas responsables de la agencia Classy Travel, para preguntarnos si nos había gustado el tour por la Bahía y hacernos un regalo en forma de muñecos vietnamitas vestidos de ceremonia ¡encantador detalle!
En todos los lugares que hemos estado en Vietnam, desde hoteles hasta restaurantes, pasando por guías turísticos, agencias, etc, además de su hospitalidad y simpatía, nos hemos encontrado con que tienen verdadera obsesión por ser bien valorados en las webs más importantes, tipo Tripadvisor, Booking, etc.
A veces incluso te ves “obligado” a poner puntuaciones más altas de las que pondrías siendo verdaderamente objetivo, por lo que os aconsejo que no os fiéis mucho de las mismas, que están sobrevaloradas en ocasiones, y os dejéis fiar más por vuestra intuición a la hora de hacer cualquier tipo de reserva.
Esa noche optamos por cenar en un restaurante de comida occidental, porque echábamos de menos un buen plato de queso y algo de pasta italiana.
Los vietnamitas, y por lo que he podido leer en diferentes webs, los asiáticos en general, apenas comen queso y productos lácteos. Al parecer, la razón se encuentra en que la mayoría son intolerantes a la lactosa, pero nosotros, que somos “queseros” por naturaleza, empezábamos a echar en falta un chute de grasa láctea en nuestros cuerpos.
Asi que nos fuimos al Red Bean Trendy y nos pusimos morados, exquisito todo: los platos, el servicio y las vistas desde la terraza. ¡Nos encantó!
Era 16 de abril, primer día del mes en el calendario vietnamita, y el paseo de regreso al hotel fue precioso.
Al igual que en otros países asiáticos, en Vietnam se utiliza, además del Calendario Solar, el calendario Lunar, también llamado agrícola ya que se relaciona con la cultura tradicional del cultivo del arroz.
Tiene una antigüedad de más de dos mil años y se basa en un ciclo cerrado de seis décadas, dividido en cinco periodos de 12 años cada uno.
La leyenda cuenta que antes de ascender al Nirvana, Buda convocó a todos los animales del bosque para despedirse de ellos, pero sólo 12 acudieron a la cita.
Como nos cuentan en esta interesante página Web, en recompensa a su fidelidad, Buda asignó su nombre a cada año, de acuerdo con el orden que se presentaron: Rata, Búfalo, Tigre, Gato, Dragón, Serpiente, Caballo, Cabra, Mono, Gallo, Perro y Cerdo .
El Año Lunar consta de 12 meses de 29 días y medio cada uno, por lo que cada cuatro años tienen que añadir un mes para ajustar el calendario.
Además, para ellos el día comienza a las 11:00 de la noche anterior y se divide en 12 secciones de dos horas, que están regidas por los signos animales.
El primer día de cada mes es costumbre encender incienso en los altares que casi todos los vietnamitas tienen en sus casas o en sus negocios para pedir el bien propio y del prójimo, buen clima para sus labores agrícolas y beneficios para sus negocios.
Una curiosa tradición!